Una
mujer de cabello andrajoso, de pecas hechas por el mugre y uñas carcomidas, está
sentada frente a una cafetería, viendo como dos personas discuten sobre el
destino de las finanzas de un hogar en ruinas. Pensativa se lleva nuevamente su
dedo índice a la boca, buscando con desesperación terminar de morder la única
uña que falta por demoler con sus dientes torcidos y amarillos.
Lo
hace, lentamente mastica la última comida del día, o la semana… todo depende de
la “caridad” de la gente; se posa por horas frente a las cafeterías y sin suscitar
una sola palabra, busca en los ojos de las personas, el amor, la dulzura y la compasión.
Sin embargo, desde hace un tiempo sólo viene reconociendo algo en común.
¿Qué
es? ¿Temor? Sí, todos lo sentimos, es innato en el ser humano ese sentimiento.
Tememos a lo que desconocemos o a aquello que por el contrario creemos conocer
muy bien.
Somos
confiados, obstinados y ególatras, sumisos, perezosos y orgullosos. A veces
odiamos el amor, pero en el fondo queremos ser amados. El amor, como la muerte
es una especie de tabú. Algo lleno de magia y misterio, un mundo complejo pero
atrayente. Es ese polo a Tierra o a Marte que queremos conocer.
De repente
alguien le toca el hombro, es un joven, muy apuesto de hecho, la mira con
recelo pero decidido, en una mano lleva un pan y en la otra un café, estira
ambas manos, ella sonríe, agacha la cabeza y con un gesto da las gracias. Muerde
el pan, lo saborea, cierra los ojos, se deleita, minutos después vuelve al
mundo real. Busca en el bolsillo de su pantalón roto, esa bolsita llena de
sacol que evita el hambre y la lleva a un trance donde olvida por completo que está nuevamente
esperando que alguien se apiade de ella para volver a comer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario