Arrinconada entre la puerta del metro y el vidrio junto a
las sillas (lugar que para ella era perfecto) miró hacia la publicidad que
ponen en la parte superior, junto al techo... Esta vez no era el jean que
levanta la cola o las promociones estúpidas de Flamingo sino que era de esas
frases que merecen estar en ese lugar y que la gente la lea las veces que sean necesarias…La vio y asimiló, casi la memorizó decía algo así como: “La memoria
es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales
conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos”… Héctor Abad
Faciolince, antioqueño, escritor y periodista que con sus ideas y libros ha transformado
paulatinamente la percepción de quién leyó esa frase.
Todo el día ella pensó en eso, en la playa de supuestos
olvidos, en la memoria desdichada que tenía y sobre todo en tratar de armar
rompecabezas de recuerdos, difusos, confusos y la verdad, muy poco nítidos.
Hablaba consigo misma, movía las manos y fruncía el ceño, estaba teniendo una
pelea con su otro yo.
Subió al metro de la línea B, entusiasmada miró hacia la
bendita publicidad… Encontró otra frase… coincidencialmente del mismo autor que
la anterior: “Escribo porque mi cerebro se comunica mejor con mis manos que con
la lengua”… Una gran sonrisa se dibujó en su rostro, los demás seguramente
pensarían que era por algo que había escuchado a través de sus audífonos, pero
no sabían que fue esa frase, esas 14 palabras las que identificarían de por
vida a esa mujer.
La escritura se convirtió en su pasión, en esa amante
insaciable que la despertaba a altas horas de la madrugada para ser acariciada,
besada, para ser usada como medio de liberación… La escritura se volvió su
vicio, su juicio, su testigo, su crimen…
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