La depresión no es una expresión facial o tampoco llorar un
día de la nada, es un estado muy complejo, en el que te sientes incapaz de
hacer cosas que antes hacías con facilidad, es sentirte solo aun estando
rodeado de mucha gente, es pensar más de lo debido, es no dormir, es no comer.
Es pensar en el pasado, en añorar, en no superar, en traumas, en odios, en
amores pasados, en heridas, en cicatrices; es no tolerar el dolor, tener
cambios repentinos de humor… Son más de 40 síntomas, de los que me
diagnosticaron más de 16… A eso, hay que sumarle un cuadro avanzado de
ansiedad, sentir que el futuro se nubla y ser empujado a la bruma y a la
desolación, comerse la uñas, no parar de mover los pies o tamborilear con los
dedos de las manos; no es no saber esperar es NO QUERER esperar.
La salud mental, es aún un tabú, hablar de ello y que te
miren como “pobre loca”, sólo aumenta las ganas de mandar todo a la mierda,
pero, todo pasa por algo. Debido a los medicamentos, tuve que dejar el licor,
una cruz que cargaba con un poco de orgullo, pero que me laceraba de una forma
cada vez más profunda, los domingos de resaca, solo daban la sensación de querer
culminar todo. ¡Qué fácil sería eso! Pero luego pensaba en mi mamá, en uno que
otro buen amigo, en mis sueños y esas ganas de escribir, de narrar, de reír, de
saltar, en lo positivo, que uno ignora por lamentarse.
Los que estamos pasando por estos procesos, vemos todo un
poco más oscuro, más fatalista; un mini problema nos desquicia y explotamos;
los ojos pierden su brillo y claro ¿Con qué luz vamos a alumbrar si nos estamos
apagando nosotros mismos? A veces daba rabia escuchar, “estarás bien”, porque
no me permitía estarlo, me sentía culpable por sonreír o sentirme feliz uno que
otro día. Mi cuerpo me estaba gritando que ya no podía seguir, bajé 10 kilos,
me puse amarilla, ojerosa, me refugié, básicamente, en donde no era; hasta que
me cansé de estar así, entendí que, aunque suene cliché, todo dependía de mí.
Nadie estaba obligado a hacerme comer, o dormir, o reír, o trabajar, dependía
de este cerebro, que, aunque descontrolado, era mío; soy yo quien da las
órdenes, no al contrario.
Comprendí que quien no conoce su cerebro, está condenado a
obedecerlo.
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