Espirales
infinitas ubicadas en un cuarto oscuro lleno de pestilencia y zozobra. Una mujer
de tez pálida, ojeras profundas y sonrisa amplia acaricia suavemente sus brazos
heridos por las brasas de unas caricias prohibidas. Hay un orificio en el techo
que indica más o menos la madrugada… ¿de
qué día? Lunes, quizá… Pongámosle un nombre, supongamos que es un pérfido.
La atención
vuelve a centrarse en la mujer, me mira, su mirada es muy pesada, carga algo en
su interior que no la deja avanzar, que la absorbe, que hace que su sonrisa no
me inspire darle una de vuelta. Perdió algo en el pasado, pierde algo en el
presente y en el futuro… si sigue así, se perderá a ella.
Me provoca
descender aquellas escalas que me seducen, no propiamente ellas, la curiosidad
de saber qué hay en el averno, porque supongo que es eso lo que me espera, teniendo
en cuenta que al verme en un cristal roto que encuentro en el suelo, la mujer a
la que tanto le temía era mi propio reflejo.
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