- Niña
¿por qué lloras?
-
Me perdí
-
¡Oh! ¿Te extraviaste? ¿Hacia dónde te dirigías?
-
No recuerdo, simplemente perdí el rumbo. Tenía claridad en el camino y de
repente todo se nubló, no supe qué lado tomar.
-
Comprendo. ¿Deseas que disipe tu vía?
-
No, yo puedo sola. Siempre me pasa, ya estoy un tanto acostumbrada y es mejor
labrar nuevos horizontes… Quizá la tierra que pisaba no era firme y tuve
señales que no pude dejar pasar.
-
Ayudarte sería un placer… toma mi mano, te conduciré al sendero más cercano y
desde allí seguirás sola.
-
Gracias pero ya dije que no…
Como
siempre ella tan terca, tan ciega, tan sorda. ¿Masoquista? A lo mejor.
Secó
sus lágrimas a pesar de que ellas seguían derramándose por sus pómulos, se puso
de pie lentamente, sin prisa, sin afán. Respiró profundo, lo retuvo durante
unos segundos y exhaló, el mismo ejercicio lo hizo tres veces más.- ¡Ánimo!- Se
decía –Tú puedes, siempre lo haces-.
Dio
un primer paso, pisó una rama, crujió, agachó la cabeza y continuó caminando. No sabía hacia donde iba, pero con convicción
emprendió su viaje hacia ningún lugar. Curiosamente no volvió a alzar su cabeza,
10 minutos más tarde había recorrido un tramo en donde las piedras, al parecer, habían sido
protagonistas. Suspiró… subió la cabeza intentando buscar aves, nubes,
estrellas… Pero se encontró con la nada, absoluta y densa oscuridad.
Volvió
a sentarse, esta vez encendió un fósforo (ella siempre cargaba una caja de
cerillos, costumbre que heredó de su abuelo, de su padre y de su hermano) éste
se consumió lentamente, no produjo la suficiente luz como para ubicarse, de
hecho no iluminó casi nada. Sus sollozos se hicieron más fuertes, se ahogaba
con sus propios pesares, se asfixiaba con el peso de los pocos años vividos y
enloquecía con más frecuencia.
Recordaba
su niñez, ese momento en el que no distinguía los problemas, en el que los
disfrazaba y jugaba con sus demonios internos, en el que la voz de la
conciencia era dulce y no juzgaba con la severidad que lo hacía actualmente.
Añoraba sus travesuras, sus picardías, su inocencia...
-
¿Otra vez estás llorando? ¿Sigues perdida?
-
No sé, supongo. No he caminado lo suficiente.
-
Nunca será suficiente, siempre querrás andar más y más. Eres nómada, no te
acostumbras a ningún lugar…
- ¡No
me conoces, no hables con tanta propiedad sobre mi vida!
-
¿Segura? Ja ja ja… Eso crees, te vengo observando desde hace un tiempo, sé tú
modus operandi: Conoces, absorbes y cuando te sacias, caminas, abandonas el sitio…
pero eres como una asesina, siempre vuelves al lugar del crimen.
-¿Crimen?
¡No he cometido ninguno!
-
Ninguno que se juzgue ante un estrado.
- No
comprendo a qué te refieres, ni siquiera sé quién eres…
-
Soy por quien lloras en silencio luego de haber sonreído todo el día, soy quien
añoras cuando luchas contra ti misma, soy ese imaginario que anhelas, que
pides a gritos. Soy lo que dicen tus ojos, soy lo calla tu boca, soy lo que
susurra a tu odio cuando intentas dormir. Soy esa voz que ignoras, que te
espanta, que te intriga, que te encanta. Soy lo que bebes, lo que fumas, lo que
comes.
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