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Frases (39)

miércoles, 26 de noviembre de 2014

La mujer en el espejo

Sentada frente al espejo divisaba una figura poco agradable a la vista, su rostro estaba árido, reseco, corrugado… sus labios estaban ansiando un beso que años, muchos años atrás, no probaban… sus ojos sin brillo buscaban desesperadamente a la mujer del cuadro a su derecha, lo observaba y viraba la cabeza nuevamente al reflejo del viejo espejo… no era la misma, había subido mucho de peso, sus senos habían hecho caso a la gravedad; tenía los dientes deteriorados y el cabello hasta los hombros, un mal corte, decía mientras tomaba una peinilla que estaba en la mesa de noche.

Se levantó y empezó a vestirse, lentamente, cuidando que su pantalón no se fuera arrugar, lo subió con dificultad, ya no le quedaba, pero aun así insistió y forzó a los botones a cerrar… se miró y un puchero se resaltó en su rostro, tomó el brasier, aquel que rellenaba meticulosamente con algodón para que subieran un poco los senos, se lo puso… prosiguió con la camisa, holgada, para disimular la piel sobrante por encima del pantalón, la tiró un poco para abajo procurando tapar todo.

Alzó los hombros resignada,  y sin despegar su mirada del espejo tomó su bolsita de cosméticos: sombras en los ojos, rubor en los pómulos y labial. No aplicaba más nada, se acercó a ese maldito reflejo que la atormentaba, lo que veía era real, su imaginación se había deteriorado al igual que su cuerpo.


¿Cómo combatir si la peor enemiga era ella misma? ¿Cómo decirle que lo que veía era hermoso, si los estándares de belleza hasta para las mujeres maduras eran tan plásticos que habían colonizado la mayoría de las personas? Ella era auténtica, realmente imperfecta, una persona real, con defectos y virtudes reales… Ella simplemente estaba vacía porque la realidad no colonizó del todo su cuerpo y se dejó impregnar de un modelo semi perfecto pero no real;  cuando los pies realmente estuvieron en la tierra y sostuvieron lo que su mente sentía, su autoestima cayó al abismo más hondo que podría haber…  se fue al agujero negro queriendo complacer a los demás olvidándose de ella.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Errar, disimular y aprender

¡Ay pues creo que nos perdimos tratando de definir el amor en palabras! Creo que nos desviamos paulatinamente de la finalidad que era ser feliz, le pusimos peros, miedos y celos. Como buenos humanos erramos mucho y somos egoístas al culpar al otro; muchas veces deseamos que el otro sienta como uno y si no lo hace de esa forma dudamos de lo que siente. Creo que pecamos de egocentristas y nos distrajimos tratando de entender lo que los otros veían en nosotros. Nos quemamos en el fuego de un pasaje viviente, entre letras y alcohol vagamos muchas noches, entre pláticas sin sentido y el mundo onírico… en eso quedó todo en ilusiones, sueños… pero bueno, aprendimos a ser más centrados y sobre todo a no confiar absolutamente en la pertenencia a una persona. ¡Nadie le pertenece a nadie! 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Universo

Cansada de ver como lentamente perdía el lugar en el mundo, se trajo a este a la mano y le enseñó que ella debía ser su propio universo.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Cianuro y cicuta

Ella besaba y después mataba, tenía cianuro en sus labios pero recetaba cicuta a sus amantes.

Para ella

Cansada de las invenciones, decidió hacer su propia historia de amor; ya no le importaba a quién hiriera, sólo utilizaba a la gente que carecía de autoestima con el único fin de saciar sus necesidades. Eso para ella era:

a m o r

miércoles, 12 de noviembre de 2014

El colibrí

Y el joven colibrí decidió alejarse del néctar más dulce que probó... Sus alas dejaron de moverse 61 veces por segundo en su posición estática y decidió disminuirlos a 55 para dirigirse a otra flor.

Esperas absurdas

Entre indecisa y pesarosa pensó: es que esperar fidelidad de un infiel es como pedirle peras al olmo

jueves, 6 de noviembre de 2014

RUTINA

Su rutina matutina era simple, se levantaba a las cinco de la mañana, salía a trotar un poco junto a su perro, 45 minutos de zancadas largas y 15 minutos de caminata lenta hasta su casa para reponer el aliento.

Para realizar esto prefería evitar llevar llaves, celular u objetos que lo desconcentraran o le incomodaran, su técnica para no quedarse por fuera, se basaba en dejar las llaves en un hueco que había junto al interruptor de la luz. Al llegar, abría la puerta, sacudía los pies en el tapete, le echaba agua al plato del perro y se hacía un jugo. Se limpiaba las manos y se sentaba plácidamente en el mueble mientras sintonizaba en la radio las noticias.

Siendo las 6:30 a.m. hacía ejercicio con el juego de pesas que le había llevado un pariente años atrás, sus repeticiones y rutinas se extendían hasta las 7:20, e iniciaba otro de sus rituales: el baño.

Antes de entrar, volvía a sacudir sus pies, se los frotaba con una toalla y procedía a ingresar a su recinto de catarsis; se quitaba sus prendas lentamente mientras la iba poniendo en el cajón de la ropa sucia. Al estar completamente desnudo, entraba en la cabina, abría la llave del agua caliente y esperaba a que ésta tuviera la temperatura apropiada, mientras tanto jugueteaba con los pies y las manos hasta que sentía que el agua estaba en el punto que a él le gustaba. Por fin se ubicaba debajo del chorro, hacía círculos con la cabeza de un lado para el otro, luego movía los hombros: arriba y abajo, adelante y atrás… cerraba la llave, respiraba profundamente, tomaba el jabón y frotaba absolutamente todo su cuerpo, luego con agua fría se enjuagaba. Tomaba la toalla que previamente había doblado y puesto encima de la repisa, exclusiva para las toallas, separadas por colores dependiendo del día de la semana; esta vez era verde, el color que representaba el jueves. Se secaba de arriba para abajo, con mesura hacía movimientos en la cara y el cuello luego iba el resto del cuerpo, lo hacía un poco más rápido, cuando estaba completamente seco salía de la cabina.

Con la toalla a medio poner se dirigía a su habitación, se recostaba 10 minutos en la cama y procedía a vestirse, cuando finalizaba le daba la comida a su perro y alistaba su desayuno: avena y frutas.

Todos los días era lo mismo, su rutina finalizaba siempre a las 8:30 a.m. teniendo todo empacado en su maletín, se despedía de su compañero de cuatro patas y se disponía a caminar hasta el alimentador que lo llevaría al metro, 40 minutos hasta su destino final, 6 horas en su trabajo, 40 minutos de regreso y a las 5:00 p.m. volvía a cruzar la puerta de su casa. Sus días se resumían en eso. Contar el tiempo, agotarlo, consumirlo y volver a iniciar la cuenta. Metódico y preciso, siempre con un reloj en la mano, en la sala, comedor, habitación y baño.

Evitaba trasnochar. Antes de las nueve de la noche estaba acostado y dispuesto a conciliar el sueño, ya no hacía falta poner la alarma, siempre estaba de pie antes de que ésta sonara…

El viernes hizo un cambio, pequeño, pero sintió que esta vez no era necesario escuchar las noticias, sintonizó una emisora de Jazz, subió el volumen e hizo que el baño fuera más efusivo, abrió la puerta de la cabina y no le importó el color de la toalla que tomó, salió saltando y en vez de dirigirse a la habitación fue directamente a la cocina, le dio la comida a su mascota e hizo su desayuno. Se vistió mientras bailaba y salió de su casa con una sonrisa.

En el transporte, no pensó en la gente que invadía su esfera y hasta saludó a una chica que le coqueteó, invitó a almorzar a una compañera de trabajo que siempre le había llamado la atención, armaron planes para la noche y todo fue fluyendo de manera armoniosa. Como siempre a las cinco estaba en su casa, pero esta vez la prepararía para recibir a su visita.

Compró unas cuantas velas, comida italiana y un vino Norton Cosecha Tardía, organizó meticulosamente la mesa, con todos los cubiertos y las servilletas de un color que combinara con el mantel. A las 8 debía llegar aquella mujer.

La música ya estaba preparada, organizó unas cuantas canciones para que se reprodujeran automáticamente y de esta forma no interrumpir lo que pudiera acontecer.

Parecía que el tiempo estuviera corriendo más rápido de lo normal, el citófono, el teléfono y el celular no sonaban, siendo las 8:30 el ánimo se vino abajo, las velas ya un tanto derretidas, la comida casi fría y el hielo del vino ya evaporado indicaban que la mujer jamás llegaría. Se soltó la corbata, se quitó los zapatos y se sentó en el mueble.

A las nueve el citófono replicó, un poco desubicado y ya con el peso del cansancio en sus párpados, tomó la bocina; al otro lado, el celador medio tartamudo por el frío le anunciaba la visita de una mujer, él la hizo pasar esperando que ella no tardara mucho y que su estadía fuera corta. Minutos después el timbre sonó.

Sin muchos ánimos abrió la puerta, encontró a la mujer con un brillo despampanante en sus ojos, llevaba un vestido y semi corto de color negro y sus labios tenían un color exquisito, la hizo pasar, le ofreció algo de beber, ella aceptó vino.

Él nunca preguntó el por qué la impuntualidad, le bastó con su presencia, la comida se precalentó y cenaron en la sala, entre la charla se descubrieron secretos, fantasías, sueños, miedos y una que otra anécdota vergonzosa, la mujer pidió otra copa de vino, el sin titubear la sirvió, un poco más llena que la primera, la música se apoderó de sus cuerpos y empezaron a bailar mientras sonreían. Sus cuerpos se rosaban entre las melodías que destilaba el equipo de sonido y con el efecto del vino y la luz que daban las velas que aún estaban encendidas los sentimientos empezaron a aflorar con más facilidad.

Las miradas se hacían más penetrantes, las voces mermaron su volumen y por fin sus labios se cruzaron, el cuerpo de la mujer se veía más suculento y de repente ella subió su vestido y abrió las piernas dejando a la vista su diminuta ropa interior, el bajó la mirada un tanto apenado pero ella lo retó visualmente, le tomó la mano e hizo que él la recorriera de arriba abajo.

Tomaron otra copa de vino y entre besos y caricias el mueble se convirtió en el lugar más placentero de la casa, olvidó el tiempo y el orden, se bajó la bragueta del pantalón y ella descendió lentamente… Lo besó, lo acarició; él extasiado observó a la mujer, mientras tanto, entró en un trance, sus ojos se perdieron y su cuerpo se volvió libidinoso, cayó en el mueble y ella sin reparo se subió en él, sus movimientos eran espléndidos, su cuerpo bailaba al ritmo de la música y  llegaron irónicamente al tiempo.

Ambos saciaron sus instintos, se miraron el uno al otro, ella se levantó, tomó su vestido y sus tacones, se bogó el último trago de vino y se fue sin despedirse. Al otro día él se levantó a las cinco de la mañana, para salir a trotar con su perro, 45 minutos de zancadas largas y 15 minutos de caminata lenta hasta su casa para reponer el aliento…