Su
rutina matutina era simple, se levantaba a las cinco de la mañana, salía a
trotar un poco junto a su perro, 45 minutos de zancadas largas y 15 minutos de
caminata lenta hasta su casa para reponer el aliento.
Para
realizar esto prefería evitar llevar llaves, celular u objetos que lo
desconcentraran o le incomodaran, su técnica para no quedarse por fuera, se
basaba en dejar las llaves en un hueco que había junto al interruptor de la luz.
Al llegar, abría la puerta, sacudía los pies en el tapete, le echaba agua al
plato del perro y se hacía un jugo. Se limpiaba las manos y se sentaba
plácidamente en el mueble mientras sintonizaba en la radio las noticias.
Siendo
las 6:30 a.m. hacía ejercicio con el juego de pesas que le había llevado un
pariente años atrás, sus repeticiones y rutinas se extendían hasta las 7:20, e
iniciaba otro de sus rituales: el baño.
Antes
de entrar, volvía a sacudir sus pies, se los frotaba con una toalla y procedía
a ingresar a su recinto de catarsis; se quitaba sus prendas lentamente mientras
la iba poniendo en el cajón de la ropa sucia. Al estar completamente desnudo,
entraba en la cabina, abría la llave del agua caliente y esperaba a que ésta tuviera la temperatura apropiada, mientras tanto jugueteaba con los pies y las
manos hasta que sentía que el agua estaba en el punto que a él le gustaba. Por
fin se ubicaba debajo del chorro, hacía círculos con la cabeza de un lado para
el otro, luego movía los hombros: arriba y abajo, adelante y atrás… cerraba la
llave, respiraba profundamente, tomaba el jabón y frotaba absolutamente todo su
cuerpo, luego con agua fría se enjuagaba. Tomaba la toalla que previamente
había doblado y puesto encima de la repisa, exclusiva para las toallas,
separadas por colores dependiendo del día de la semana; esta vez era verde, el
color que representaba el jueves. Se secaba de arriba para abajo, con mesura hacía
movimientos en la cara y el cuello luego iba el resto del cuerpo, lo hacía un
poco más rápido, cuando estaba completamente seco salía de la cabina.
Con
la toalla a medio poner se dirigía a su habitación, se recostaba 10 minutos en
la cama y procedía a vestirse, cuando finalizaba le daba la comida a su perro y
alistaba su desayuno: avena y frutas.
Todos
los días era lo mismo, su rutina finalizaba siempre a las 8:30 a.m. teniendo
todo empacado en su maletín, se despedía de su compañero de cuatro patas y se
disponía a caminar hasta el alimentador que lo llevaría al metro, 40 minutos
hasta su destino final, 6 horas en su trabajo, 40 minutos de regreso y a las
5:00 p.m. volvía a cruzar la puerta de su casa. Sus días se resumían en eso.
Contar el tiempo, agotarlo, consumirlo y volver a iniciar la cuenta. Metódico y
preciso, siempre con un reloj en la mano, en la sala, comedor, habitación y
baño.
Evitaba
trasnochar. Antes de las nueve de la noche estaba acostado y dispuesto a
conciliar el sueño, ya no hacía falta poner la alarma, siempre estaba de pie
antes de que ésta sonara…
El
viernes hizo un cambio, pequeño, pero sintió que esta vez no era necesario
escuchar las noticias, sintonizó una emisora de Jazz, subió el volumen e hizo
que el baño fuera más efusivo, abrió la puerta de la cabina y no le importó el color de
la toalla que tomó, salió saltando y en vez de dirigirse a la habitación fue
directamente a la cocina, le dio la comida a su mascota e hizo su desayuno. Se vistió
mientras bailaba y salió de su casa con una sonrisa.
En
el transporte, no pensó en la gente que invadía su esfera y hasta saludó a una
chica que le coqueteó, invitó a almorzar a una compañera de trabajo que siempre
le había llamado la atención, armaron planes para la noche y todo fue fluyendo
de manera armoniosa. Como siempre a las cinco estaba en su casa, pero esta vez
la prepararía para recibir a su visita.
Compró
unas cuantas velas, comida italiana y un vino Norton Cosecha Tardía, organizó
meticulosamente la mesa, con todos los cubiertos y las servilletas de un color
que combinara con el mantel. A las 8 debía llegar aquella mujer.
La
música ya estaba preparada, organizó unas cuantas canciones para que se reprodujeran
automáticamente y de esta forma no interrumpir lo que pudiera acontecer.
Parecía
que el tiempo estuviera corriendo más rápido de lo normal, el citófono, el
teléfono y el celular no sonaban, siendo las 8:30 el ánimo se vino abajo, las
velas ya un tanto derretidas, la comida casi fría y el hielo del vino ya evaporado
indicaban que la mujer jamás llegaría. Se soltó la corbata, se quitó los
zapatos y se sentó en el mueble.
A las
nueve el citófono replicó, un poco desubicado y ya con el peso del cansancio en
sus párpados, tomó la bocina; al otro lado, el celador medio tartamudo por el
frío le anunciaba la visita de una mujer, él la hizo pasar esperando que ella
no tardara mucho y que su estadía fuera corta. Minutos después el timbre sonó.
Sin
muchos ánimos abrió la puerta, encontró a la mujer con un brillo despampanante
en sus ojos, llevaba un vestido y semi corto de color negro y sus labios tenían
un color exquisito, la hizo pasar, le ofreció algo de beber, ella aceptó vino.
Él
nunca preguntó el por qué la impuntualidad, le bastó con su presencia, la
comida se precalentó y cenaron en la sala, entre la charla se descubrieron
secretos, fantasías, sueños, miedos y una que otra anécdota vergonzosa, la
mujer pidió otra copa de vino, el sin titubear la sirvió, un poco más llena que
la primera, la música se apoderó de sus cuerpos y empezaron a bailar mientras sonreían.
Sus cuerpos se rosaban entre las melodías que destilaba el equipo de sonido y
con el efecto del vino y la luz que daban las velas que aún estaban encendidas
los sentimientos empezaron a aflorar con más facilidad.
Las
miradas se hacían más penetrantes, las voces mermaron su volumen y por fin sus
labios se cruzaron, el cuerpo de la mujer se veía más suculento y de repente ella subió
su vestido y abrió las piernas dejando a la vista su diminuta ropa interior, el
bajó la mirada un tanto apenado pero ella lo retó visualmente, le tomó la mano e hizo que él la recorriera de arriba abajo.
Tomaron otra copa de vino y entre besos y caricias el mueble se convirtió en el lugar
más placentero de la casa, olvidó el tiempo y el orden, se bajó la bragueta del
pantalón y ella descendió lentamente… Lo besó, lo acarició; él extasiado observó a
la mujer, mientras tanto, entró en un trance, sus ojos se perdieron y su cuerpo se
volvió libidinoso, cayó en el mueble y ella sin reparo se subió en él, sus
movimientos eran espléndidos, su cuerpo bailaba al ritmo de la música y llegaron irónicamente al tiempo.
Ambos
saciaron sus instintos, se miraron el uno al otro, ella se levantó, tomó su
vestido y sus tacones, se bogó el último trago de vino y se fue sin despedirse.
Al otro día él se levantó a las cinco de la mañana, para salir a trotar con su perro,
45 minutos de zancadas largas y 15 minutos de caminata lenta hasta su casa para
reponer el aliento…
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