La mujer que
llevaba más de 10 años realizando mecánicamente las mismas tareas, intentó
descansar del peso que llevaba consigo, días, semanas y meses parecían
similares… Estaba tan acostumbrada a levantarse a la misma hora, medir el
tiempo de baño, de cepillado y de salida que un día de descanso se tornó
insoportable.
A las cinco de
la mañana tenía los ojos abiertos de par en par, la cama se volvió un campo de
batalla, las cobijas se convirtieron en placas de hormigón, la almohada
simulaba un ladrillo liso de 10 y su cuerpo hormigueaba… Sin pensarlo más se
levantó, fue a la cocina, se tomó una aromática, sacó dos galletas, las remojó y
las empezó a comer lentamente; el tiempo no corría, volvió a ver el reloj, 5:45
a.m.
Se asomó por la
ventana, vio a su vecino alistarse para trotar, a la señora de pelo cobrizo
encender la luz para comenzar a tejer, el joven del frente sacó a su perro a
pasear y ella… pensaba en su trabajo, en las tareas que se acumularían, en las
horas que estaba “perdiendo de vida”. ¿Pero en qué se había convertido su vida?
En horas y horas tras un computador, viendo quejas, reclamos, felicitaciones,
imprimiendo, barriendo, saludando, seleccionando, acolitando, ocultando, ¿Viviendo?
Se sentó en la
sala, tomó una revista, leyó los artículos que ésta contenía y se dio cuenta
que los textos correspondían a cinco años atrás; hace tanto no actualizaba su
biblioteca, hace tanto no se daba un tiempo para ella que se sorprendió, se
auto regañó, se sintió mal consigo misma… ¿Qué había pasado con su vida? Se
había centrado tanto en su trabajo y en su rutina que había descuidado su
aspecto, su intelecto, su vida social y por ende su vida amorosa…
Se recostó, se
autoevaluó, pensó en darle un vuelco de 180 grados a su vida, era momento de hacer lo que ella quería, disfrutar sus
años de ahorro, comprar lo que siempre quiso pero que por el tiempo tan
reducido nunca lo hizo, era el momento crucial de dar prioridades, de asumir
retos, de compensar años de rutina, de ser libre y dibujar sin esfuerzo una
sonrisa genuina en su rostro, devolver aquel brillo de los ojos que comunica y
habla, aquellas manos que acarician y no lijan… ¡Era su momento de ser feliz!
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