El habla de
vino y yo de café, noches enteras burlamos el tiempo mientras cada uno pega sus
trozos con miel, con piel, con pedazos de textos corroídos tras el paso inclemente
de Chronos.
Entre tonos
los sordos parecen mudos embelesados por mutaciones acústicas que llegan
extrañamente a su boca, las saborean, las mascan, las tragan... Las expulsan
con bailes “amotros” juzgados por quienes se pierden del derroche armonioso del
que ellos gozan. Desabrochan sus bocas, se destiemplan los vellos, se acarician
los huesos, se muerden los ojos, se besan los sexos... noche tras noche se
añoran de nuevo, se sueñan, se piensan, se nombran... Se olvidan; renacen,
reaparecen, se siembran en arena y finalmente se extinguen.
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