Una mujer anónima ha querido
relatar cómo se inició en el infierno del alcoholismo durante varios años, cómo
fueron esas décadas de perdición y dependencia a las bebidas, dejando de lado a
su familia y encerrándose en un mundo utópico para huir de esa realidad que
tanto daño le hacía a los más cercanos, hablándonos finalmente del desenlace de
su historia.
Mi
nombre prefiero guardarlo en reserva.
Mi
vida alcohólica empezó a la edad de los 14 años, invitada por mi papá, porque
mi papá nos invitaba a todas; a mis hermanas mayores y a mí a una
heladería a tomar algo después de Misa en el kiosco del pueblito y nosotras
pedíamos gaseosa pero él nos decía que para tomar eso nos hubiéramos quedado en
la casa, que nos tomáramos unos roncitos con Coca-cola, porque eso era lo que
se usaba en esa época.
Bebíamos
2 ó 3 ahí y después nos compraba la botella de ron para que la lleváramos a la
casa, eso sí, no nos dejaba salir nunca a fiestas, prefería comprarnos todo el
trago que quisiéramos pero que de la casa no nos moviéramos, así empecé a beber
en la reuniones sociales que se hicieran en la casa, después cada ocho días,
cada fin de semana, y así hasta que ya fue todos los días, todo el día, toda la
noche, semanas enteras.
Mi
papá tomaba mucho, pero por muy borracho que estuviera nunca nos descuidaba,
preguntaba por nosotras, inclusive sin que se le entendiera muy bien hasta que
se quedaba dormido; pero cuando le daban los arrebatos y llegaba él ebrio en taxi, nos decía que empacáramos
la ropa rápido porque nos íbamos a la Costa y contratábamos el taxi durante
ocho días para que nos llevará y nos trajera, pero el caso no era malgastar el
dinero así, sin embargo, nunca nos faltó la plata para la casa.
Cuando
bebía perdía la conciencia de mis cinco sentidos y lo que hacía era encerrarme
en una alcoba con una botella de licor escondida en las botas, eh! en odres esas
donde uno mete en aguardiente, o en frasco de agua para que nadie me viera,
para esconderme o para que no me quitaran el ‘guarito’.
Como
dicen uno mismo forma su propia olla en su propia casa, en el propio hogar, y
mi olla era encerrarme y tomar día y noche, trancando la puerta para que nadie
me molestara, además como no me daba hambre nadie sabía si estaba viva o muerta
porque no salía cuando mi familia estaba en casa, y ya después paraba y volvía
a la rutina como si nada hubiera pasado.
Una
de las vergüenzas que pasé por estar ebria fue cuando salía de paseo con mi
familia, mi esposo y yo nos emborrachábamos demasiado y nos quedábamos dormidos
en una mesa, y los niños estaban en un parque sin la presencia de nosotros,
porque mi esposo también bebía conmigo, inclusive por él fue que yo seguí en
esto porque yo no trabajaba y él era el que me compraba el licor, desde que nos
entablábamos a tomar no había poder humano que nos hiciera parar, ni el llanto
de mi hijos, ni los vecinos.
Muchos
años pasaron para que yo viera que mi
hogar y mi matrimonio se estaban dañando, mis hijos se estaban alejando de mí,
eso fue lo que más me impulsó a salir adelante, además de que ellos se quejaban
mucho por el descuido en la casa, en mi presentación personal; pasaban muchos
días sin bañarme, ni peinarme, ni comer, solo con la botella de alcohol y
cigarrillos... Los abandonaba prácticamente.
Así
que decidí internarme en un centro de rehabilitación para no seguir así, no
quería quedarme sola y dejar de lado a mis hijos.
Ya
mi situación en la fundación fue muy dura, porque uno se siente prisionero y
uno no puede salir a la hora que quiera ni donde quiera, todo era muy tenso con
los compañeros, el hecho de compartir con otras personas alcohólicas,
drogadictas y con problemas que se
pueden decir mentales, era algo extraño. Las visitas eran muy esporádicas y
cuando era hora o día de visita era triste ver a los otros con sus seres
queridos y que a mí no me visitaran seguido, sentir ese abandono fue lo más
duro del tiempo que pasé allá.
Pero
también hubo momentos agradables, conocí muchas personas, entre ellas una
actriz muy famosa y muy linda en su época que se llama María Eugenia Dávila,
compartí con ella en mi habitación y se deprimía mucho, muchísimo se deprimía
esa mujer, hasta el punto de cambiarle sus medicinas por tranquilizantes.
Salió
rehabilitada también, siguió trabajando, montó su propia academia, ella y yo
estuvimos tres meses desintoxicándonos y eso hace que… pues yo sí me tomo mis
tragos de vez en cuando pero ya no me controla el licor ahora lo controlo yo
porque ya paro cuando yo quiera, y lo mejor es que me siento bien
afortunadamente, recuperé por lo menos la armonía con mis hijos, porque cuando
salí ellos fueron mi bastón, y eso fue muy importante para mí.
En
mi familia somos trece hermanos y rehabilitados, que se pueda decir que ya
controlamos el licor no somos si no dos, porque los otros no pueden tener un
peso en el bolsillo porque ya piensan en comprar trago y fumarse sus
cigarrillos, y eso es muy triste porque yo les hablo desde mi experiencia y les
muestro los libro que compré en la Institución de Walter Rizo, pero ellos
niegan ser alcohólicos y ese el peor error porque así es difícil ayudar, eso me
pasó durante aproximadamente 35 años.
En
definitiva el licor no trae nada bueno por culpa de este, mis hermanos se han
quedado sin trabajo, a mis hermanas se les ha acabado el matrimonio.
Y
un consejo, o bueno no un consejo porque no soy nadie para darles uno, es más
bien una recomendación, amigo no es aquel que te ofrece trago o vicios, es el
que te aleja de los peligros. Por favor juventud no caigan en ese infierno, así
se cometen muchos errores y a veces uno no se da ni cuenta.
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