Silba
el viento y aúlla su soledad… uno, dos, tres campanazos da aquel reloj de la
vida. Cuatro, cinco y seis los pisos de su edificio han sido desalojados y
sólo queda ella. Teme irse, teme volver
a fumar, teme tantas cosas que ya ni vive.
Esa
mujer apática y caprichosa está sintiendo cosas que los otros no perciben.
Irónicamente la soledad nunca está sola, ella lo sabe y lo disfruta. Abandona
cuerpos para poseer otros, ataca a quien más frágil se encuentra, sonríe
oscuramente en las tinieblas de la mente y por supuesto grita impotente cuando
otro ser ocupa su puesto.
Siete,
ocho, nueve imágenes tiene en su mente, su niñez reducida a pequeños flash back
que ni si quiera son claros, medio borrosos y velados buscan un rostro…
tergiversado y somnoliento, opacado por el tiempo y corrugado por el sol… un
momento, la cara que busca se refleja en un espejo roto y sí… es el que busca,
ella está buscando su propio rostro.
Ya
no se conoce ni se afana por hacerlo, ha dejado que su cuerpo lo consuma Chronos
y él se empecinó en hacerlo casi fulminante, disminuyó su belleza física,
absorbió la energía que nunca demostró pero que poseía.
Es
así como ella, deseó y casi suplicó que la apoderara Tánatos, él vehemente la
tuvo en sus brazos y la soltó estrepitosamente haciendo que despertara de esa
pesadilla anhelada, ahora sólo le queda contar… diez, once y doce... su tiempo se
acabó, por fin el cuchillo fue apretado con tal fuerza que el piso tomó los
sorbos necesarios para agotar una vida.
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