Mientras
caminaba cabizbajo veía a sus pies las piedras de ese camino que había
recorrido varias veces en el día… sollozando y recordando lo que ella le había
dicho se desesperaba buscando la respuesta a su sentimiento, a su
impotencia, a su desprecio… no quería mirar al frente, la cuerda seguía
apretando su cintura, el peso a cuestas era mucho pero aun así si se lo pedían
sonreía.
Incrédulo
miraba su reloj, apenas habían pasado unos pocos minutos luego de saber la
verdad, hombre de poca fe en las féminas, sus remiendos habían sido desatados
nuevamente por esa fiera esbelta, de mirada confusa y oscuridad en sus
entrañas. Intrigado por lo que ocultaba dicha mujer se dejó seducir por
palabras insonoras y espejismos desafiantes, su cuerpo era un oasis, sus labios
un lugar paradisíaco y mortal.
Su
encuentro con ella era alucinantemente prohibido, sin medir consecuencias se
lanzó al abismo de la pasión, de la lujuria, de un juego erótico que dejaba más
de un herido. El jadeo, los susurros, el sudor y los gemidos colonizaron la
208, una habitación pequeña conformada por una cama, un televisor, un baño y
dos cuerpos que emanaban fogosidad.
Su
desenvolvimiento entre las sábanas hacía que los orgasmos no cesaran,
uno, dos, tres… seguían amándose, descubriéndose, tocándose… las manos parecían
derretirse ante aquella musa que no lo dejaba descansar, un suspiro, pedía con
devoción pero ella ensimismada en su placer no lo oía, y si lo hacía lo
ignoraba.
Pasaron
horas, sus cuerpos insaciables continuaban mimetizándose en la cama, el baño,
el suelo, entre los sueños y los miedos se fueron quedando dormidos, agotados
tras esa faena descansaron plácidamente unos minutos; ella se duchó, se vistió
y dejando una nota sobre la ropa de aquel amante salió de la habitación, dejó
pago las horas que suponía descansaría el hombre y así desapareció.
180
minutos después el hombre lanzó su brazo derecho donde se suponía reposaba la
dama, el vacío en la litera lo asombró, se sentó de par en par y divisó
la nota encima de ropa… su corazón se aceleró convencido de que era la cita a
un próximo encuentro se abalanzó y la leyó rápidamente; definitivamente no era
lo que esperaba…
La despedida
de la dama lo dejó atónito, su cuerpo lívido decayó sobre las sábanas que horas
antes habían sido testigo del encuentro con Thánatos y Eros… La razón que
aquella mujer dio para su huida se resumió en una frase:
“Lo
siento, pero el amor es de infieles. Adiós”
Esta lectura me deja un sabor amargo, de como el amor es apuñalado por esos sentimientos arbitrarios, que poseemos los humanos somos capaces de amar y luego destruir. Diana Patricia
ResponderEliminarTenemos la posibilidad de hacer daño y reparar, pero caóticamente muchos optan por herir salvando su propio ego
Eliminar