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Frases (39)

lunes, 7 de julio de 2014

Una corta historia de...

Era un día lluvioso y bastante frío, tres cobijas jugaban el papel de un iglú en una cama ancha y sola, un cubre lecho azul era la puerta, dos almohadas eran los asientos y una tablita en la mitad era la mesita que sostendría minutos después una taza de aromática caliente.

Mientras tanto en la cocina estaba ella frente a la estufa, esperando que el agua hirviera… la miraba estupefacta, no le importaba que las tejas fueran a derrumbarse por la tormenta que caía estrepitosamente en la ciudad. El resto de la casa estaba a oscuras, quería que pensaran que no había nadie habitando ese lugar. Pitó la tetera, el sonido la alertó, apagó el fogón, tomó su pocillo, sirvió el agua, de la alacena tomó la bolsita de manzanilla y la sumergió, no le echó azúcar y escurridizamente corrió a su habitación.

Entró a su esfera, a su iglú, ese mismo que días antes había construido con paciencia mientras pensaba que ese lugar jugaría el papel de resguardo, su barrera, su trinchera. Puso el pocillo en la tabla y sin razón aparente comenzó a llorar.

Por su mente pasaban recuerdos, anécdotas, momentos, luego basura, charlatanería, palabras vacías, regaños, gritos… su mente era un estambre supremamente enredado, buscaba desesperada las puntas pero en el medio el nudo era cada vez más grande, más conciso.

Tomó un sorbo de aquel líquido que suponía la pondría a dormir plácidamente, al menos por unos minutos, estaba muy caliente, se quemó la punta de la lengua, sus ojos que ya estaban llorosos se empaparon un poco más, sopló y dio un largo trago, la aromática estaba cumpliendo su efecto… 20 minutos más tarde sus parpados comenzaron a pesarle, corrió la tabla, acomodó las almohadas, cogió unas sábanas y se recostó.

Cerró los ojos y como le había recomendado su psicólogo empezó a pensar el papel que jugaba la respiración en su cuerpo antes de dormir, a sentir el recorrido que hacía la sangre, a pensar que estaba en un lugar cálido y acogedor… De esta forma fue conciliando el sueño hasta que se desconectó de la realidad y empezó a soñar.

Había una sombra, suponía que era ella, estaba hablando con un hombre que aparentemente tenía unos 60 años, su barba era larga, tupida y muy blanca; las arrugas de la frente y junto a la boca eran los escritos de una vida de experiencias, su nariz era como el pico de un loro, pero sus ojos, sus ojos parecían estar hechos de agua: transparentes, vivaces y comprensivos.

Era tarde, estaban sentados en la banca de un parque, ella le estaba contando sus pesares, sus miedos, él simplemente escuchaba con atención y la miraba, la observaba y sin que ella se diera cuenta la analizaba. Cuando ella terminó su relato, el dio paso a un largo abrazo, las lágrimas le mojaron el hombro al hombre y como si nada hubiera ocurrido, con sus manos secó las pómulos de esa mujer perdida en el laberinto de la vida.

Ella se retiró, pero él, él se quedó allí sin pronunciar una sola palabra, esperó a que ella estuviera un poco más alejada y que diera la última mirada hacia atrás, eso siempre pasaba con las personas que él había escuchado antes. Ocurrió y entonces procedió a llamarla con una seña sobria que hizo con la mano derecha.

Ella se devolvió, el hombre hizo otra señal para que se sentara y por fin su voz se conoció, era temblorosa, frágil pero envolvente; decidió ponerse de pie y mientras lo hacía suscitó:

Alguna vez Frida Kahlo dijo “donde no puedas amar no te demores”. Eso precisamente fue lo que pensé mientras me relataba su historia, joven señorita.  El amor no se fuerza, los compromisos se respetan, las personas se olvidan y los recuerdos, muchas veces se quedan. El averno está colonizado por esos amores malditos, por ese por el que está sufriendo, yo con el tiempo he aprendido que las personas somos muy parecidas a las cebollas, estamos hechas de capas pero hay quienes por miedo a amar o a despojarse de su zona de confort se van pudriendo y así, lo que brindan no es puro. Confunden el amor con pasión, los abrazos se convierten en paisaje, los llantos en teatro y los besos en rutina. Señorita permítame decirle que usted está haciéndose un daño innecesario, él no va a cambiar, ni por usted ni por nadie, él se siente feliz así y si ese tipo de felicidad es la que lo llena no habrá pretensiones de cambio. Mientras tanto usted ha llorado en silencio muchas noches, preguntándose sobre sus propios defectos. Le recuerdo dama, que hay momentos y situaciones en que ninguno de los dos es culpable, la vida está forjada de caminos, senderos y calles sin salida. Usted decida por dónde va a caminar, disfrute su presente pero piense en qué pueden ofrecerse en un futuro… ¿Vale la pena esperar un cambio que jamás ocurrirá?

Ella se despertó atónita, la sabiduría del viejo en ese sueño le dio la fuerza necesaria para equilibrar sus sentimientos, para preguntarse el por qué y el para qué, para concluir que soltar una situación o una persona no es miedo sino amor propio.


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