Era un día lluvioso y
bastante frío, tres cobijas jugaban el papel de un iglú en una cama ancha y
sola, un cubre lecho azul era la puerta, dos almohadas eran los asientos y una
tablita en la mitad era la mesita que sostendría minutos después una taza de
aromática caliente.
Mientras tanto en la cocina
estaba ella frente a la estufa, esperando que el agua hirviera… la miraba
estupefacta, no le importaba que las tejas fueran a derrumbarse por la tormenta
que caía estrepitosamente en la ciudad. El resto de la casa estaba a oscuras, quería
que pensaran que no había nadie habitando ese lugar. Pitó la tetera, el sonido
la alertó, apagó el fogón, tomó su pocillo, sirvió el agua, de la alacena tomó
la bolsita de manzanilla y la sumergió, no le echó azúcar y escurridizamente corrió
a su habitación.
Entró a su esfera, a su iglú,
ese mismo que días antes había construido con paciencia mientras pensaba que
ese lugar jugaría el papel de resguardo, su barrera, su trinchera. Puso el
pocillo en la tabla y sin razón aparente comenzó a llorar.
Por su mente pasaban
recuerdos, anécdotas, momentos, luego basura, charlatanería, palabras vacías,
regaños, gritos… su mente era un estambre supremamente enredado, buscaba
desesperada las puntas pero en el medio el nudo era cada vez más grande, más conciso.
Tomó un sorbo de aquel
líquido que suponía la pondría a dormir plácidamente, al menos por unos
minutos, estaba muy caliente, se quemó la punta de la lengua, sus ojos que ya
estaban llorosos se empaparon un poco más, sopló y dio un largo trago, la
aromática estaba cumpliendo su efecto… 20 minutos más tarde sus parpados
comenzaron a pesarle, corrió la tabla, acomodó las almohadas, cogió unas
sábanas y se recostó.
Cerró los ojos y como le había
recomendado su psicólogo empezó a pensar el papel que jugaba la respiración en su
cuerpo antes de dormir, a sentir el recorrido que hacía la sangre, a pensar que
estaba en un lugar cálido y acogedor… De esta forma fue conciliando el sueño
hasta que se desconectó de la realidad y empezó a soñar.
Había una sombra, suponía
que era ella, estaba hablando con un hombre que aparentemente tenía unos 60
años, su barba era larga, tupida y muy blanca; las arrugas de la frente y junto
a la boca eran los escritos de una vida de experiencias, su nariz era como el
pico de un loro, pero sus ojos, sus ojos parecían estar hechos de agua:
transparentes, vivaces y comprensivos.
Era tarde, estaban sentados
en la banca de un parque, ella le estaba contando sus pesares, sus miedos, él
simplemente escuchaba con atención y la miraba, la observaba y sin que ella se
diera cuenta la analizaba. Cuando ella terminó su relato, el dio paso a un
largo abrazo, las lágrimas le mojaron el hombro al hombre y como si nada
hubiera ocurrido, con sus manos secó las pómulos de esa mujer perdida en el
laberinto de la vida.
Ella se retiró, pero él, él
se quedó allí sin pronunciar una sola palabra, esperó a que ella estuviera un
poco más alejada y que diera la última mirada hacia atrás, eso siempre pasaba
con las personas que él había escuchado antes. Ocurrió y entonces procedió a
llamarla con una seña sobria que hizo con la mano derecha.
Ella se devolvió, el hombre
hizo otra señal para que se sentara y por fin su voz se conoció, era
temblorosa, frágil pero envolvente; decidió ponerse de pie y mientras lo hacía suscitó:
Alguna
vez Frida Kahlo dijo “donde no puedas amar no te demores”. Eso precisamente fue
lo que pensé mientras me relataba su historia, joven señorita. El amor no se fuerza, los compromisos se
respetan, las personas se olvidan y los recuerdos, muchas veces se quedan. El
averno está colonizado por esos amores malditos, por ese por el que está
sufriendo, yo con el tiempo he aprendido que las personas somos muy parecidas a
las cebollas, estamos hechas de capas pero hay quienes por miedo a amar o a
despojarse de su zona de confort se van pudriendo y así, lo que brindan no es
puro. Confunden el amor con pasión, los abrazos se convierten en paisaje, los
llantos en teatro y los besos en rutina. Señorita permítame decirle que usted
está haciéndose un daño innecesario, él no va a cambiar, ni por usted ni por
nadie, él se siente feliz así y si ese tipo de felicidad es la que lo llena no
habrá pretensiones de cambio. Mientras tanto usted ha llorado en silencio
muchas noches, preguntándose sobre sus propios defectos. Le recuerdo dama, que hay
momentos y situaciones en que ninguno de los dos es culpable, la vida está forjada
de caminos, senderos y calles sin salida. Usted decida por dónde va a caminar,
disfrute su presente pero piense en qué pueden ofrecerse en un futuro… ¿Vale la
pena esperar un cambio que jamás ocurrirá?
Ella se despertó atónita, la
sabiduría del viejo en ese sueño le dio la fuerza necesaria para equilibrar sus
sentimientos, para preguntarse el por qué y el para qué, para concluir que
soltar una situación o una persona no es miedo sino amor propio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario